Un escenario de crecimiento persistentemente bajo, combinado con tasas de interés elevadas, podría poner en riesgo la sostenibilidad de la deuda y restringir así la capacidad de los gobiernos para contrarrestar las desaceleraciones de la actividad económica e invertir en iniciativas medioambientales o de bienestar social.
Además, las expectativas de un crecimiento débil podrían desalentar la inversión en capital y en tecnologías, lo que posiblemente acentuaría la desaceleración. Todo esto se ve agravado por factores adversos derivados de la fragmentación geoeconómica y por políticas comerciales e industriales unilaterales con efectos perjudiciales.
Según las previsiones de las Naciones Unidas, las presiones demográficas van a incrementarse en la mayoría de las principales economías, lo que causará un desequilibrio en la oferta de mano de obra mundial y frenará el crecimiento global. La población en edad de trabajar aumentará en los países de ingreso bajo y en algunas economías emergentes, mientras que China y la mayoría de las economías avanzadas (excepto Estados Unidos) tendrán problemas de escasez de mano de obra.
Sin avances tecnológicos importantes ni reformas estructurales, el FMI prevé que el crecimiento económico mundial se situará en 2,8% en 2030, muy por debajo de su promedio histórico de 3,8%.