Los trabajadores de la economía informal están expuestos a un mayor riesgo de pobreza, de salud mental y salud pública que los trabajadores de la economía formal, pues enfrentan precariedad en sus condiciones labores además de menor productividad e ingresos.
Como lo es el caso de Juana Aguilar, una cosmetóloga de 40 años que reside en el municipio de Soyapango, una mujer luchadora que decidió poner su propio negocio. Ella día con día sale a abrir su puesto en la colonia las Margaritas junto a sus tres ayudantes, que manifiestan sentirse contentas con su trabajo.
Pero no todo es color de rosa, Juana explica que hay días en los que se gana bien y días en los que recibe solo para pagar a sus empleadas o los servicios de local. Ella asegura que tiene el temor que el día de mañana no pueda seguir manteniendo su negocio, ya sea por alguna enfermedad o porque las personas ya no van al salón debido a los altos costos de la vida.
En el país muchas personas se disponen a crear sus negocios de manera informal, ya sea por querer invertir sus ahorros en una tienda, en un salón de belleza, comedor, un taller de mecánica entre otros o por una necesidad de obtener ingresos de manera inmediata.
Para Juana mientras los días van pasando es más difícil atraer clientes, obtener ganancias o darle un mejor futuro a su negocio o familia. Explica que a las diversas dificultades no ha podido dar a sus empleadas un beneficio de ley, ya que los recursos no alcanzan.
La Organización Internacional del Trabajo reveló que más del 60% de la población ocupada a nivel mundial se gana la vida en la economía informal, y que esta existe en todos los países independientemente de su nivel de desarrollo socioeconómico.
El Salvador, como en otros países en el mundo, la economía informal forma parte de su realidad estructural. En el país aún no existe una medida de economía informal ajustada para las últimas directrices y conceptualizaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).